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La Encrucijada Francesa

Entre los vientos turbios de Europa truena la hora irreversible de Francia: el bastión romántico de la Unión Europea, el viejo centro de la política novelesca y trascendental, el ostentoso país del derecho civil, el viejo imperio conceptual de las repúblicas.

Truena con todas sus viejas trompetas antagonistas de humanismo pomposo y de existencialismo suicida con dos antípodas de la promesa: Jean-Luc Mélenchon, un filósofo nostálgico de izquierda, esperanzado en las repúblicas anteriores a la quinta que fundó el también romántico general De Gaulle, cuando las décadas eran puras y prístinas, según sus versos lanzados en su reciente y poderoso discurso frente al mar de Marsella. Y Marine Le Pen, la heredera del nacionalismo puro y duro del Frente Nacional que arrastra el rugido de una xenofobia feroz proveniente desde todas las costas. Viene marchando con los símbolos de una campaña de limpieza y con la bandera a cuestas del hundimiento de la integración de Europa por considerarla una estafa y un embuste.

Por cualquiera de las dos vertientes, Francia romperá su reciente diplomacia de enamorada tímida, su lance a un futuro nuboso no lo hará en las posiciones tibias, incluso en el caso de una victoria del candidato gris entre las dos hipérboles, François Fillon, la esperanza de los republicanos y la última herencia del genio y figura del escándalo Nicolas Sarkozy.

El giro de la política francesa producirá otro cisma bajo el viejo temblor de ese proyecto continental que pretende sostenerse en las buenas intenciones del humanismo y en el nerviosismo de un retorno al resentimiento de países tan pequeños y frágiles y proclives a la mutua sospecha. Pero contando con el hipotético ascenso de Le Pen, que aunque tenga en contra un sistema electoral distante al suicida de los colegios electorales de EE. UU. y a las poderosas coaliciones de los partidos disidentes, tiene la misma ventaja que tuvo Donald Trump previo a su poder supremo: una coyuntura sin antecedentes, una modernidad maleable por el ruido digital, y una propuesta que emociona a los electores vergonzantes del odio, que saldrán a votar en silencio y convencidos de la elevada virtud del rompimiento de todo lo que existe con el único argumento de la decepción insoportable.

Es la nueva y eterna trampa de la política en el mundo, la opción urgente de un caudillo impredecible a cambio de un presente frustrado. Les sucedió a los mismos franceses con todos los ejemplos y los rostros posibles: con una revolución paranoide y psicópata a cambio del inepto Luis XVI; con un directorio ineficiente a cambio de los charcos de sangre de la fraternidad; con un emperador insaciable a cambio de un consulado tedioso.

El rumor y el miedo de una nación perdida es el mismo pretexto usado desde siempre por los caudillos del rompimiento para reiniciar la historia y fundar otra solemnidad y otro peligro. Francia decide otra vez entre las virtudes de un humanismo supremo y la pólvora progresiva de la fuerza a cambio del desencanto.

Por: Juan David Ochoa

21 Abr 2017