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Los presidenciables

La salvaje carrera por las elecciones del 2018 tiene nombres propios y pulsiones ancestrales que provienen desde las viejas atmósferas del Frente Nacional y de los partos de los delfines monárquicos que siguen desde siempre la orden del poder sin irrupciones.

Desde esos años, sobre las mesas de las cenas ministeriales del presidente Lleras Restrepo, se paraba ya con la soberbia de un presidente asegurado por los soplos del futuro el niño Germán; una voz que tenía el consentimiento de su abuelo para romper los protocolos y hacerse notar como una promesa del destino. Su carrera hacia el poder cuenta con cinco décadas de ventaja, una estela de curules y unciones estatales con favores aglutinados por centenas y una vicepresidencia hecha campaña electoral con los ladrillos del erario público. Son muchos los murmullos al interior de su guardia pretoriana que lo acusan de ser un hombre atormentado por repentinos ataques de majestad bajo el dominio de una voz que habla desde un poder atávico, exigiendo veneración, y respondiendo ante las fallas de protocolo con golpes muy propios de las épocas en que nació con la banda colgada por el delfinazgo.

Irá a segunda vuelta, aunque no se sepa muy bien qué círculos electorales lo rodearán cuando otras castas provenientes también desde los días de sahumerio de Laureano Gómez competirán por la restauración del Estado católico y la gloria republicana de las botas autócratas.

Entre ese círculo seguramente surja el rostro fresco y cándido de Iván Duque como la solución final de una retoma de un poder duro y frustrado: un discípulo táctico de un partido que necesita de los respaldos del carisma para aplacar los ruidos internos de una jauría aturdida por los años del hastío y los azotes de la Justicia que los sigue cercando con pruebas que aparecen como naipes desde otros ángulos del mundo. Oscar Iván fue derrotado por el mismo infortunio que corren los presidenciables de la sombra, Carlos Holmes parece no contar con el porcentaje favorable de los ungidos, y Alejandro Ordóñez suena como la carta última y radical en caso de que el partido quiera mostrarse como es: una corte fanática de guerra sin máscaras.

Las alternativas, que no son muchas, cuentan con rostros contestatarios frente a la tradición sin que se encuentren excluidos de otro fanatismo patológico, el de la coherencia drástica. Jorge Robledo sigue siendo abstracto en sus fundamentalismos, aún no se olvidan sus extrañas apuestas por rebeldías simbólicas en los momentos políticos más difíciles de esta historia difícil, cuando todos los sectores han tenido que ser prácticos y unirse para evitar una catástrofe.

Claudia López, quien insiste en recuperar una ética extraviada en un tono monocorde y sin matiz, representa una comunidad que aún no tiene la confianza de una comarca de puritanos sectarios, y Humberto de la Calle, tal vez el único que pueda catalogarse de outsider entre una tradición de políticas centralistas y delfines, una quimera arando en el mar de la quejumbre de los resentidos que siguen creyendo en la virtud de las vendettas sobre la voluntad de construir un Estado, por primera vez.

Por: Juan David Ochoa