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Un velorio – Juan David Ochoa

Los pasajes eternos de este país de pasajes oscuros los enumeraron uno a uno entre el espanto y el cinismo:  ya estaba muerto  desde sus inicios, cuando el mismísimo Santander lo fundó entre sus disidencias con Bolivar, nombrando un nuevo Partido llamado Progresista, que terminaría fragmentado solo poco tiempo después de su bautismo entre un progresismo moderado, un progresismo radical y un progresismo demócrata, que deberían ser lo mismo pero no lo fueron y no lo son entre una burocracia encantada con los nombres sublimes.

Haría falta un pliego de cargos para citar las sombras de un partido que ya hedía desde su larga pose de cadáver funcional en la historia, pero es la historia reciente la que eleva su estatus de muerto oficial, digno de todos los velorios. Julio Cesar Turbay, un presidente liberal que dictaba estatutos de seguridad para evitar que las protestas se dieran en vías públicas y a luz del día, y que ordenaba cerrar las puertas cuando se ocultara el sol para que nadie perturbara la pureza del orden. Cesar Gaviria: el presidente liberal y neoliberal de la apertura económica que ajustó los broches del Fondo Monetario Internacional para que la libertad contradijera su concepto, el mismo que complacía su liberalismo construyendo mansiones para que los capos pudieran cumplir sus penas lejos de la vulgaridad. Ernesto Samper, el liberal poderoso que hizo estallar la historia con el mejor equilibrio progresista de un Narco Estado oficial, lejos de todos los prejuicios ancestrales, y la mayor franqueza de un liberalismo fiel a su putrefacción: un senado que aprueba referendos con el auspicio de sus cerebros más futuristas para evitar que la adopción quede en manos de paganos, solteros, heterosexuales dudosos, homosexuales confesos o mentes confundidas en la complejidad, liderada por una pastora cristiana que confía en que la humanidad vuelva a los jardines donde el sexo mismo aún no exista con los pecados de su multiplicación.

Viviane Morales, cabeza del proyecto cumbre del partido, lidera un referendo más primitivo que las primitivas propuestas de sus enemigos atávicos. Su argumento mezquino, que intenta reemplazar las decisiones de la Corte Constitucional por las decisiones de las masas ardientes en prejuicios para que decidan el sustento de un derecho fundamental, es el mismo argumento que permitió el ascenso de los partidos conocidos del siglo XX que hicieron estallar el mundo cuando tuvieron el aval del odio y de los gritos.  La historia jurídica prometió no volver a cometer ese esperpento público, asegurando los derechos fundamentales contra todo fanatismo o propaganda, y es la liberal Morales quien quiere romper los moldes del tiempo entregando a la candela la naturaleza a cambio de una tradición que su moral caprichosa persigue con su ejército de falangistas.

El largo velorio de un partido muerto y no nacido, por naturaleza, ya debería haber terminado en un entierro monumental y acorde a su muerte.  Tanta historia represiva bajo un nombre equivocado no es un buen augurio para el difunto, ni es cortesía para los que seguimos aquí, testigos exhaustos de un insulto de dos siglos.