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Hasta siempre, presidente

Le escribo a Juan Manuel Santos. Ahora que termina su mandato siento la obligación de decirle que sus ocho años de gobierno han sido, globalmente, los mejores que ha tenido el país desde que tengo memoria. Y por eso lo extrañaremos. Por supuesto que tuve mil desacuerdos. Uno de ellos, por ejemplo, fue su programa “Ser pilo paga”, una muy buena intención que acabó siendo el gran negocio de las universidades privadas y el cuasisuicidio de la universidad pública. Pero voy a lo fundamental: desde su primer mandato usted eligió los tres ejes de su gobierno: la ley de víctimas, la ley de devolución de tierras y el proceso de paz. Acostumbrado a presidencias mediocres, a veces bien intencionadas pero irrelevantes, sus iniciativas me hicieron creer de nuevo en el país, y gracias a ese impulso quise volver, después de 30 años viviendo en Europa. Y no me arrepiento. Me sentí orgulloso de lo que su gobierno defendió y lo asumí como propio, en todos los escenarios a los que fui convocado. Subrayo la palabra “defender”, pues todos sabemos que cada uno de esos proyectos tuvo la férrea oposición de los terratenientes y los violentos, los cuales llegaron a armarse para evitar la devolución de tierras, o a acusar a los campesinos demandantes de ser terroristas, como hizo don José Félix Lafaurie, dándoles justificación y motivos a los escuadrones de la muerte. Si en el periodo uribista ser líder social, sindical o defensor de derechos humanos era para el Gobierno sinónimo de terrorista, usted ennobleció y dio fuerza a esas organizaciones sociales que tomaron la vocería de la sociedad civil. La prueba es que tan pronto el uribismo recuperó el poder recrudecieron los asesinatos.

Pero el país cambió para siempre porque el proceso de paz, cual partido de fútbol que se va a los sufridos penaltis, terminó por imponerse. La Colombia que usted imaginó está ahí, delante de nuestros ojos. Y es un país mejor. El mejor que hemos tenido, con palabras como dignidad, identidad o autoestima, que pocas veces habíamos experimentado. Ante los ojos del mundo ya no somos sólo el escenario natural de la serie Narcos, sino una sociedad que fue capaz de resolver un viejo problema. Donde quiera que voy, en el mundo, aún encuentro sonrisas entusiastas. La plusvalía de todo esto es aún invisible en Colombia, pero poco a poco se verá, a pesar de que sus enemigos políticos, echando mano de argucias asombrosas, intentaron hasta el cansancio derribar esa buena imagen. En la historia negra del periodismo criollo quedará el nombre de esa periodista de RCN que le preguntó a usted, en Oslo, si era verdad que había “comprado” el Nobel. Una puñalada que le enviaron desde El Ubérrimo y que parecía llevar el siguiente mensaje: “Le vamos a hacer sangrar ese premio”.

Hoy el país es mejor, y tal vez ahora intenten destruir esos cambios. Pero el tiempo se encargará de proteger su legado, y nosotros también. Por eso su Nobel me llenó de orgullo. Quiero agradecerle no sólo en nombre mío, sino, me atrevería a decir, en el de aquellos a quienes represento como escritor e intelectual. Usted se va por la puerta grande, y espero que siempre esté cerca. Gracias, presidente.