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Salud emocional

Empieza el mes de la mujer. Porque dada las estadísticas de violencia doméstica que viven las mujeres en nuestro medio, sería un contrasentido dedicarla tan solo un día y menos aún, adornarlo de flores, panegíricos y… frases dulzonas. Llegó la hora de ser coherentes. Es el momento de caer en cuenta que ni con celebraciones exteriores ni con medallas o condecoraciones estamos enfrentando el problema de fondo. Que no es otra cosa que una lucha de poder. Porque las relaciones entre hombres y mujeres hoy por hoy son un campo de batalla donde el poder –quien manda, quien controla- es el trofeo por el que se vive, por el que vale la pena arriesgarlo todo, hasta el amor que creo tenerle a quien me acompaña en este momento de la vida.
La mujer despertó. O si lo quiere ver de esta manera, está intentando valorarse a sí misma sin necesidad de depender del hombre en las proporciones en que siempre lo había hecho. Es capaz de trabajar, puede ganar dinero, se da cuenta de que puede vivir sin “ese” hombre (o lo puede reemplazar) y es capaz de mantener y educar a sus hijos e hijas. Y el que el hombre se dé cuenta de que la mujer no lo necesita, es un golpe demasiado fuerte a su ego masculino, a su machismo, a su mente patriarcal de quien detenta el poder. No lo soporta. No lo resiste. Y como se le acabaron los argumentos para “hacerla obedecer”, no queda más remedio que la violencia, los golpes, el maltrato psicológico, el chantaje con los hijos e hijas y la rabia porque “se le salió de las manos” y “hace lo que le da la gana”.
Bueno, ¿y por qué no puede hacerlo? ¿Por qué tiene que pedir permiso? ¿Acaso es la hija “mayor” de su cónyuge? Eso no significa que viva a espaldas de su compañero. Pero de allí a pedir autorización para vestirse, gastar su dinero, cortarse el pelo, pintarse las uñas, visitar a sus amigas, estudiar lo que desee, chatear o reírse a carcajadas, existe un abismo. Se acabó el tiempo en que el hombre mandaba. Ahora o somos socios de la misma sociedad y jugamos en igualdad de condiciones o… cada vez las relaciones serán más tirantes. Nos debemos amar, no necesitar, y el amor es un proceso de respeto y valoración de la otra persona. No puedo desear cambiarla ni moldearla de acuerdo a una imagen personal. Un buen inicio de este proceso de evolución de la mujer (y del hombre) es aceptar que la compañera que vive con usted no tiene que pedirle permiso para decidir lo que considere pertinente. Si el hombre, en el mes de la mujer, empieza a caer en cuenta qué tan machista o controlador es de su compañera y qué tan atropellador (y descalificador) es ese control, podríamos empezar a hablar de un cambio que genere mejores condiciones de equidad. La violencia doméstica comienza en la certeza masculina de que él es superior y es el que manda. En que él tiene la razón y su mujer es menos capaz. O en creer que él, hombre, tiene más derechos que ella por el solo hecho de que es varón.
Por eso, si usted es de los que cree que los hombres están hechos para mandar, que las mujeres deben ser “cuidadas” y que los hombres son más inteligentes, fácilmente puede convertirse en un atropellador de mujeres. Nadie puede sentirse superior sin “marcar territorio” y hacer gala de su poder. Nadie que se crea más inteligente es capaz de conceder la razón. Entonces, no más panegíricos dulzones. Es hora de cambiar creencias y empezar verdaderamente el cambio por donde debe empezar: en el interior de la casa de cada quién.
Por: Gloria Hurtado – Psicóloga