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Carta del director

NUESTRA RESPUESTA

¿GANÓ EL ODIO?  Un Televidente nos envía este mensaje:

«El pueblo no perdona las acciones fe las farc Ivan Marquez pidiendo perdón con los brazos y piernas cruzadas y el otro ese antrich cantando quizás quizás quizás esa gente no es mayoría esos son minoría»

«El pueblo exige justicia»

«Ganó el odió hacia las farc odio nadie pienso en eso»

«Muéstreles los treinta mil personas que viven en la calle por causa de las drogas coca y marihuana que ellos vendieron»

Esta es nuestra respuesta:

Gracias por su comentario. Cada quien tiene derecho a mantener sus odios y sus miedos. Con toda consideración lo invito a repensar el futuro que deseamos. La guerra descansa en las peores pasiones del ser humano y en ella todo vale. Esto que decimos es tanto para guerrilleros, como para militares, paramilitares, policías, políticos, empresarios y personas corrientes  que se han lucrado o envilecido con ella, con la guerra.

Se trata de iniciar caminos para que pare, para que podamos mantener posiciones distintas, tal vez muy distanciadas,  casi irreconciliables, sin que por ello tengamos que matarnos el uno al otro. Se trata de comprender que si tenemos menos preocupación por las noticias y estragos de la guerra, quizás tengamos tiempo para tomar en nuestras manos los problemas que aún existiendo pareciera que no los vemos: la corrupción de la política, la corrupción de los contratistas del Estado, la vagabundería de las EPS, la codicia y los abusos  de la banca, los traficantes de la droga, los destructores del medio ambiente, los traficantes de la educación y la alimentación de nuestros escolares, etc, y que son atropellos y crímenes  que no son solo de  los guerrilleros, sino de todos los actores que se lucran de esta infame guerra, unos haciéndola, otros financiándola, otros aprovechándola como distractor para que sus fechorías queden impunes.

Desafortunadamente estas plagas nos han envilecido a todos por permitirlas, por acobardarnos ante los detentadores de su  poder armado y corruptor y unos más, otros menos, todos las  hemos sentido, aletargando nuestra conciencia de la realidad. Esta guerra y la corrupción que la ampara  ha destruído la vida de millones de compatriotas, por desalojo, por desapariciones, por masacres, por secuestro, por pérdida de sus patrimonios, por desatención, por deterioro de su entorno, por atropello a sus niños y ancianos, etc. Con el odio y el miedo solo incubamos más violencia. Con la decisión de tomar el destino común de Colombia en nuestras manos, abonamos la esperanza y la expectativa de muchos compatriotas y la propia  y de nuestra descendencia.

Aceptemos que las Farc y también los del ELN se desmovilicen y se transformen en organizaciones políticas. Tal como está el mundo hoy, el comunismo es pasado. Pero en cambio si es necesario que aceptemos que el país teniendo un régimen liberal y democrático  en lo político, debe promover estrategias de inclusión social y económica para todos. Esto no significa que tengamos que convertir al Estado en una casa de beneficencia, ni entregarle a los nuevos líderes que surjan nuestra voluntad. Significa que el Estado que todos conformamos y que nos representa a través de los gobiernos nacional, regional y local, nos garantice a todos partidores mínimos  iguales en salud, educación, nutrición básica, acceso a la tierra,  al techo y a la financiación de capital,  para que con estas herramientas equitativas para todos, cada quien según sus méritos y sus talentos logre su propio bienestar y  el de los suyos.

Se trata querido amigo televidente e internauta, de aceptar que no puede haber familia, empresa u organización sana en un entorno enfermo y que todos, sin excepción, tenemos una cuota de responsabilidad en lograr mejorar el país, la región y la ciudad o empeorarlo. Si usted y cada uno de nosotros hacemos bien lo que hacemos,  si no actuamos con saña, si renunciamos a tumbar al otro, a utilizarlo, a señalarlo como el único culpable, a despreciarlo como quien poca cosa es, seguro que el ambiente cambia para todos y para mejorarnos la vida colectiva. Colombia es nuestra casa común. Usted alguna vez ha estado en un lugar y con unas personas con las que se siente mal por el ambiente que se respira en su entorno: conflictos, amenazas, insultos, explotaciones, manipulaciones, chismes, zancadillas, desprecios, etc. Pues bien, también habrá estado alguna vez en un lugar en el que se ha sentido bien porque las personas y el entorno en el que están, es halagador, como decimos coloquialmente, amañador, por el trato, por la consideración, por el respeto de unos con otros. Es así de simple y de complejo, es aprender a vivir, no como hermanos, pero si como inquilinos de la misma casa, actuando con buena fe y con decencia.

Si aceptamos este reto, el primer resultado es que nos quitaremos el yugo clientelar de tantos políticos hampones, indecentes, mediocres; el yugo de la intimidación de quienes en adelante pretendan convertirse en nuevos caudillos armados; pues asumiendo nuestra responsabilidad de vivir como individuos y como sociedad, seremos más exigentes con quienes se postulen para representar nuestros intereses y con quienes pretendan enardecer el país con sus rituales de violencia y así  alcanzaremos la mayoría de edad republicana, la de ciudadanos protagonistas y no víctimas de nuestra historia. Saludos.

 

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